Abd al-Rahman II (822-852) fue el cuarto emir de al-Ándalus y gobernó durante un período de estabilidad y prosperidad. Asumió el poder en un momento de tensiones internas y externas, enfrentándose a revueltas como las de Toledo y Mérida, además de ataques por parte de cristianos del norte y normandos. Durante su mandato, logró consolidar la autoridad central, reforzando el emirato omeya y asegurando la paz dentro de sus fronteras. Su habilidad política y militar permitió a al-Ándalus seguir siendo una potencia importante en el mundo islámico.
Muhammad I (um. 785-852) fue el primer emir de la dinastía de los Muhammadíes en al-Ándalus, y su reinado marcó un periodo clave en la consolidación del emirato independiente de los omeyas en la región. Sucedió a su padre, Abd al-Rahman I, y durante su mandato enfrentó varios desafíos, incluyendo la resistencia de las facciones rebeldes internas y las presiones externas de los reinos cristianos del norte. Muhammad I es conocido por sus esfuerzos para consolidar el poder de la familia omeya en al-Ándalus, luchando contra los intentos de usurpación y manteniendo la estabilidad interna. Su gobierno también se destacó por un impulso en la administración y la economía, promoviendo el crecimiento del comercio y la infraestructura en Córdoba, que continuó siendo un centro cultural y político de importancia en el mundo islámico.
Abd al-Rahman III (891-961) fue el califa de Córdoba que consolidó el poder omeya en al-Ándalus y llevó el califato a su máximo esplendor. Ascendió al trono en 912, enfrentando luchas internas, y se proclamó califa en 929, estableciendo la independencia total de Córdoba respecto a Bagdad. Durante su reinado, al-Ándalus alcanzó gran estabilidad, expandiéndose territorialmente y venciendo tanto a reinos cristianos como a facciones rebeldes.
Al-Hakam II (961-976) fue el califa de Córdoba que continuó el legado de su padre, Abd al-Rahman III, y consolidó aún más la prosperidad de al-Ándalus. Su reinado se caracterizó por un gobierno eficiente y una notable estabilidad interna. Al-Hakam II fue un gran patrono de las artes, la ciencia y la cultura, impulsando la construcción de bibliotecas, promoviendo el estudio de la filosofía y la medicina, y patrocinando a numerosos intelectuales. Durante su mandato, Córdoba alcanzó su máximo desarrollo intelectual, convirtiéndose en un faro de conocimiento en el mundo islámico. Además, su administración centralizada y su habilidad para mantener la paz dentro del califato aseguraron la continuidad del esplendor de al-Ándalus hasta su muerte.
Muhammad II (1009-1010) fue el califa de Córdoba durante un breve y turbulento reinado de solo un año. Ascendió al trono en un periodo de crisis para el califato, marcado por la fragmentación política y las luchas internas entre facciones rivales. Su reinado coincidió con el colapso del poder central de los omeyas, lo que llevó a la división del califato en varios reinos de taifas. Durante su corto mandato, Muhammad II no pudo evitar la disolución del califato y fue derrocado, lo que marcó el comienzo de una época de inestabilidad en al-Ándalus. A pesar de su breve paso por el poder, su reinado es testimonio de los difíciles tiempos que vivió Córdoba en esa época de fragmentación política.
Los Almohades fueron una dinastía beréber que gobernó al-Ándalus entre 1147 y 1238, y se caracterizaron por una profunda reforma religiosa, social y política. Surgieron como un movimiento religioso en el norte de África bajo la figura de Ibn Tumart, quien predicaba el regreso a una interpretación más estricta del islam. Tras la derrota de los almohades en 1147, los Almohades extendieron su influencia a al-Ándalus, derrocando a los almorávides y proclamándose los nuevos gobernantes de la región. Bajo su dominio, al-Ándalus experimentó un periodo de centralización del poder y de grandes reformas, pero también se enfrentaron a desafíos militares por parte de los reinos cristianos, que avanzaban hacia el sur.
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